Los antecedentes
Si bien es cierto que el desarrollo tecnicocientífico ha logrado un impacto que debe resaltarse en términos de morbimortalidad y calidad de vida poblacional, es igualmente cierto que los actuales modelos de contratación-prestación, patrones de práctica clínica y los desbordantes costos de las nuevas tecnologías mantienen al borde de la quiebra a la mayoría los sistemas de salud, haciéndolos insostenibles.
De allí el reformismo en los sistemas de salud, cuya discusión se ha centrado —como es natural cuando se sufre mes a mes la sostenibilidad— en la contención del costo, el flujo de recursos y más recientemente cambios en el modelo de prestación; pero poco se ha avanzado en desenlaces en calidad y el alineamiento entre los actores del sector para la generación de una competitividad basada en valor (Porter, 2006).
Bajo la presión de los resultados a corto plazo, la transferencia del riesgo y la transferencia de los costos están a la orden del día desde los niveles superiores de la cadena de poder hacia los actores más débiles. Pero esta estrategia de “contención del costo” tiene plagados de malas prácticas a los sistemas — entre ellas el sobreuso—, las cuales agudizan más los problemas de sostenibilidad, con una consecuencia aún mayor: una crisis profunda del profesionalismo en salud.